Historias de Metro II

Creo difícil olvidar los temporales que hubo el año 2000, especialmente aquellos de junio. Ocasión en que se inundaron varios campamentos, unos sectores cercanos a la Villa Los Héroes en Maipú, otros en la población El Arenal en Cerro Navia, Padre Hurtado, entre otros.

En esos tiempos mi participación en le Federación de Estudiantes era bien activa, por lo cual uno de esos días tuve que colaborar en la coordinación. Estábamos en Casa Central de la Universidad, y por algún motivo me quedé en Santiago y no pude ir a terreno, y regresé a casa, aproveché de cambiarme ropa y comer algo. Tenía que ir a la Universidad, pero ahora a otro campus, Oriente. Iba un poco atrasado en micro, por lo mismo hice combinación con el metro, es más rápido, aunque no me subí en la estación terminal -donde vivo-, sino que en la tercera. Compré el boleto, bajé las escaleras corriendo y me subí raudamente al carro. Quedé ubicado en los asientos que miran al túnel, no en los que miran el primer o último carro.

Una vez sentado miré hacia mi derecha, tres de los cuatro asientos estaban desocupados. Quien ocupaba ese espacio era interesante -o sea bien interesante-. Yo saqué fuerzas de no sé donde, y me y senté en frente. Ambos leíamos algo, una revista y yo un libro sobre Juan Manuel de Rosas.

El trayecto era largo, yo me bajaba en Los Leones, por lo cual las miradas comenzaron tímidamente, una que otra sonrisa nos delataba, pero quien nos acusaba no era sino el vidrio, que cuando estábamos en el túnel adquiría cualidades especiales. Dejando de ser sólo un inocente vidrio, para ser un espejo. Ahí se reflejaba nuestro yo oculto, todo era expresión, las sonrisas ahí no eran ténues, sino que expresas, las miradas eran una muestra manifiesta de nuestra complicidad. Sólo faltaba que alguno dijera algo, pero ¿cómo?.

A medida que las estaciones iban quedando atrás los asientos comenzaban a ser ocupados, y en una ocasión se sentó alguien, quizás de 1.65, con unos kilos de más, su mirada no era discreta, sino que intimidadora, con ello nuestras sonrisas, nuestras miradas se tornaron temerosas. El 'espejo' ya no era sólo nuestro, también reflejaba a quien no queríamos ver, a quien queríamos evitar, a quien nos incomodaba. Ahora el refugio era la revista y el libro, ninguno leía no era más que una manera de escondernos, una excusa para miranos de reojo.

Por fin sucedió, aquella persona se bajó, y eso nos hizo respirar tranquilos, con lo cual volvimos a ser cómplices, se retomaron nuestros juegos.

A mí me restaban cuatro estaciones para descender, y las posibilidades de que el otro se bajara aumentaban en forma inversa a la cantidad de estaciones que quedaban para llegar a la otra terminal. No sabía nada, ni su nombre, ni su teléfono, absolutamente nada. Dos estaciones más allá se levantó... yo resignado pensé: Será, igual fue entretenido, y era muy guapo.

Oí el timbre que indicaba el cierre de puertas, y con ello se me cerraba la posibilidad de conocerlo. Se acabó, igual quería ir a la Universidad, pensé.

En algún momento giré la cabeza, no se bien el porqué, y grande fue mi sorpresa al verlo. No se había bajado. Las sonrisas fueron claras, no había nada que ocultar. Esta es la mía me dije. Me paré y me puse en las puertas, pensaba: si se baja me bajo. El nerviosismo era incontable. No sabía que haría si se bajaba, qué hacer en ese momento. No sé. Finalmente ninguno se bajó.

En la siguiente estación, bajó y yo lo seguí, aunque me debía bajar en la siguiente, al final ambas estaciones me servían. Ambos nos quedamos en el andén, él arreglando el bolso y yo leyendo la cartelera cultural -¿alguien la lee, por más de cinco minutos, excepto yo?-.

Ni él ni yo hacíamos algo, los trenes pasaban una y otra vez, y los dos en el andén. Hasta que en un momento comienza a caminar hacia mí, yo no sabía que hacer, las piernas me tiritaban, mi estómago estaba tenso, en mi cabeza sólo daban vuelta frases como: qué le voy a decir, me va a retar porque lo miré descaradamente en algún momento, ¿lo hice?, ¿se habrá molestado?. Y yo que voy a hacer, 174, flaco, un niño, frente a su metro ochenta y algo, cuerpo marcado, este tipo de un golpe me mata, pensaba.

Cuando nos separaba uno o dos pasos, yo estaba desecho, y lo escuché. Me dijo, lo más sencillo, lo más lógico, lo que nunca se me ocurrió, escuche: 'Hola'. Con eso mi alma volvió al cuerpo. Yo le respondí, conversamos dos o tres palabras, y le propuse que nos sentáramos, aceptó, y seguimos, me contó que se tenía que bajar tres estaciones atrás, yo un poco ingenuo le pregunté ¿por qué no te bajaste?, -aunque igual quería escuchar algo como: 'te quería conocer', con eso yo me moría de una- y me dijo: 'me pasé'.

Me contó que vivía a unas cuadras de mi casa, o sea vecinos, mejor aún. Nos dimos los números de teléfonos y lo acompañé donde tenía que ir, yo ya no iba a la Universidad.

Anduve muy feliz ese día. Una vez en casa me llaman unas amigas y las invito a tomar algo, y justo, en ese momento me llama él. Y yo ¡mierda! ¿qué hago en ese momento?, ¿mis amigas o él?. Sólo le dije que habláramos más tarde. Me respondió que tenía que salir, así que apuré lo más que pude la reunión con mis amigas. Se fueron y sonó el teléfono, hablamos un buen rato y quedamos de volver a vernos...


Continuará...

Después la terminó, tengo que trabajar.

Comentarios

Lautaro dijo…
este post se lee prometedor pero prefiero comentarte cuando lo termines.
Bear hug,
Anónimo dijo…
me parece insolito que todos los gay escriban de lo mismo, que conocen gente en el metro, en la calle, adonde iremos a parar???, en cuanto a tu pagina debo decir que hay unos pasajes bien buenos, reales, entretenidos, pero otros dejas notar que te flata mucho por aprender a escribir si es eso lo que buscas...
Te recomiendo seguir en esta en todo caso, no un 7 pero si un 4

Entradas más populares de este blog

Constitución

Yo, Claudio ¿actor porno?

Editorial.